Los Doctorados Honoris Causa: más que un honor, una cuestión de marketing

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Author

Atarjea

Published

September 9, 2024

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La concesión de doctorados honoris causa por parte de las universidades ha sido, desde hace siglos, una práctica rodeada de prestigio y también de controversia. Este reconocimiento, que busca honrar a individuos por sus logros excepcionales o su servicio a la comunidad, no requiere la realización de un grado académico formal. Sin embargo, su relevancia y los debates que genera van mucho más allá de un simple gesto honorífico.

Desde su origen en el siglo XV en la Universidad de Oxford, donde el primer doctorado honorario registrado fue otorgado a un influyente cuñado del rey Eduardo IV, estas distinciones han servido como herramientas estratégicas para fortalecer vínculos y aumentar el prestigio institucional. De esta forma, las universidades tratan de asociarse con figuras destacadas, buscando no sólo reconocer a esas personalidades, sino también obtener un beneficio de “gloria reflejada”. Este fenómeno se ha convertido en una práctica común para generar publicidad y reforzar la reputación académica de las instituciones.

A pesar de su noble propósito, la concesión de estos doctorados ha sido fuente de conflictos. Las decisiones sobre quién merece tal honor pueden causar incomodidad y hasta provocar protestas. Un ejemplo clásico es el caso del primer ministro australiano Henry Bolte, quien recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Monash en 1967. Esta decisión generó una fuerte oposición entre el alumnado y el personal, debido a las controvertidas políticas de Bolte, particularmente la sanción de la ejecución de Ronald Ryan. No es el único ejemplo, son múltiples y afectan a todos sistemas universitarios de todos los países.

Especialmente criticado es la elección de celebridades y deportistas como recipiendarios de doctorados honoris causa. Aunque estas figuras pueden haber realizado contribuciones significativas en sus respectivos campos, su selección es a veces vista como una trivialización de lo que debería ser la más alta distinción académica. Por ejemplo, las críticas a la concesión de un doctorado honoris causa al nadador Ian Thorpe por su trabajo en el deporte y la filantropía, o la aceptación de Shane Warne de un doctorado honorario, son ejemplos del debate sobre si estas concesiones diluyen el valor de los títulos académicos formales.

Además, las universidades también han sido criticadas duramente por otorgar estos honores mayoritariamente a hombres blancos, lo que refleja las desigualdades persistentes en la academia. Por ejemplo, la Universidad de Melbourne fue acusada por dar doctorados honorarios exclusivamente a hombres blancos, lo que llevó a su expulsión de un programa de financiación de investigación.

Todo esto pone de manifiesto cómo los doctorados honoris causa, más que simples galardones, son un reflejo de las prioridades y valores de nuestras universidades. Las decisiones sobre a quién honrar no solo afectan la reputación de la institución, sino que también envían un mensaje sobre qué tipo de logros y contribuciones son más valorados en nuestra sociedad.